Soñé que desbordaba
el cauce del Leteo,
las aguas más tranquilas
de todos los infiernos,
y se cubría todo
con un licor espeso.
Las calles y las plazas,
los barrios de los pueblos,
las flores más pequeñas,
los árboles más viejos.
A todo el que tocaba,
Leteo daba un beso
profundo y venenoso
como un amante muerto.
Soñé que me abrazaba
entre sus brazos gélidos
y que me sumergía
bajo su aceite negro.
Pensé, qué hermoso brillo,
que apaga el firmamento.
Soñé que me olvidaba,
qué dulce y bello sueño.
Me has hecho recordar algunos momentos de mi vida en los que sentí el deseo de que los plomos de la vida se fundieran pensando que ese era el único medio de encontrar paz.
ResponderEliminarMe gusta la sinceridad con que siempre escribes, te felicito por ello, Luis.