La multitud se agita,
es cola de serpiente
y, al contemplar la gente,
hipócrita, maldita,
estúpida y cainita,
hay algo que te asusta,
te muerde, te disgusta,
te vuelve de granizo.
Pareces un erizo
de risa fría, adusta.
Las músicas tribales
sacuden a la masa
y todo vuela y pasa
con gritos guturales
y luces infernales.
Te empuja, te rodea
te arrastra la marea
de autómatas sin juicio
en medio de un bullicio
que baila y bambolea.
Te sientes tan extraño
al ver el desenfreno,
tan lejos, tan ajeno,
tan torpe y ermitaño
que, a veces, tanto daño
se escapa de repente
y, aunque te ven de frente,
la multitud sonora,
si ve que un hombre llora,
se vuelve indiferente.
¿En dónde te has perdido?
¿En qué te convertiste?
Te has vuelto viejo y triste,
un poso del olvido,
un ciego sin oído,
un hombre diminuto,
un árbol sin su fruto,
la playa sin arena.
Tu voz hoy sólo suena
a un cínico de luto.
Este poema está dedicado a todos aquellos que se han sentido sólos en medio de una multitud que se divierte ... ¿que se divierte?
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