(El amor tiene dientes que muerden; y las heridas jamás cicatrizan. Stephen King)
No es un copo de nieve ni una flor virginal.
Es un dios engañoso, la simiente del mal.
Una espada que besa a través de la herida.
No es un juego, es la caza. Es teatro de guerra
donde, en cada trinchera, siempre hay alguien que pierde.
El que pierde no tiene nadie quien le recuerde
y su propio agujero le sepulta en la tierra.
El deseo es un hambre animal y cruel,
un gusano insaciable que no atiende a razones.
Es vivir enjaulado por tus propias pasiones,
abrazar las espinas y arrancarse la piel.
Quién probó su veneno lo conoce sin duda.
Es la droga de fuego, un impulso instintivo
que domina tu sangre y sabrás que estás vivo
cuando fundas dos cuerpos en un alma desnuda.
Es un dios engañoso, la simiente del mal.
Una espada que besa a través de la herida.
No es un juego, es la caza. Es teatro de guerra
donde, en cada trinchera, siempre hay alguien que pierde.
El que pierde no tiene nadie quien le recuerde
y su propio agujero le sepulta en la tierra.
El deseo es un hambre animal y cruel,
un gusano insaciable que no atiende a razones.
Es vivir enjaulado por tus propias pasiones,
abrazar las espinas y arrancarse la piel.
Quién probó su veneno lo conoce sin duda.
Es la droga de fuego, un impulso instintivo
que domina tu sangre y sabrás que estás vivo
cuando fundas dos cuerpos en un alma desnuda.
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