Como todo se muere se murió la alegría
y con sobria elegancia la enterré en mi jardín
a los pies de un almendro que florece de día
y se agosta de noche en un ciclo sin fin.
Un estanque sin nombre, sin reflejos ni brillos
se tragó, indiferente, la ilusión y la fe
y sus aguas son besos que parecen cuchillos
que destrozan al hombre que los mira y no ve.
Hay un grito en la lluvia arrogante y furioso,
una rabia de fuego, un rugido animal.
Quien lo escucha se vuelve perturbado y nervioso;
enloquece en su mundo interior irreal.
Hay un seto de rosas con espinas de acero
del color de la sangre cuando mana de amor.
Huele a lágrimas secas de dolor verdadero,
a inocencia perdida; verdadero dolor.
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