El dios de los océanos glaciales
de barba helada y ojos de topacio,
señor de los aludes invernales
y el frío corrosivo del espacio
observa cómo sufren los mortales
allá, en la soledad de su palacio.
Las penas y el dolor le son iguales,
su tiempo pasa mucho más despacio.
Me dicen que, aunque nunca se conmueve,
en otra vida pudo ser poeta.
Me dicen que el invierno le mató
y que, al resucitar, se volvió nieve.
Hay algo en esta historia que me inquieta:
no sé si es un soneto o si soy yo.
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