En la tabernucha de Pepín “Cuchillos”
donde se congregan putas y haraganes
brutos y asesinos, vándalos y pillos,
siempre queda sitio para los truhanes.
Sirven un mejunje de una sucia jarra.
Es el más pedido por los parroquianos.
Su sabor es tosco, áspero y macarra;
es un verde néctar propio de villanos.
Con la voz quebrada por el aguardiente
Juana “La pinchazos” canta en la tarima
una historia antigua, de un amor hiriente,
que es al mismo tiempo precipicio y cima.
Visten negras capas bajo los sombreros
varios conjurados que hablan en voz baja.
Aunque sus modales son de caballeros
aman el sonido vil de la navaja
Juegos de borrachos, bailes y lujuria.
Gritos, juramentos, cantos, maldiciones.
Ministros, soldados, la pasma, la curia,
hacen tanto ruido como los bribones.
Un anciano loco mira, calla y calla.
El poeta triste pinta con sencillos
y mugrientos versos toda la canalla
de la tabernucha de Pepín “Cuchillos”
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