Cansado de luchar contra la vida,
pensó en volver al punto de partida.
Adán así lo quiso,
pisar de nuevo el dulce paraíso.
Las lágrimas cuajadas de memorias
trajeron a su mente las historias
risueñas y lejanas.
Hoy suenan extinguidas, yermas, vanas.
Buscó por los recónditos parajes
alguna indicación en los paisajes,
o en los atardeceres
que pueda dirigirle a los ayeres.
Atrás dejó a sus hijos y a su esposa
buscando una esperanza nebulosa.
Su faro, un espejismo,
conduce su bajel al ostracismo.
Por fin llegó al destino imaginario
que quiso conservar en relicario
y sólo era un desierto.
Un páramo ficticio, triste, muerto.
Quien viva en la prisión de su pasado
será por siempre un hombre atormentado;
un triste, un miserable,
que arrastra una existencia lamentable.
Quien viva proyectándose al futuro
el miedo volverá su mundo oscuro.
El hombre consecuente
tan sólo ha de morar en el presente.