Apunté a mi reflejo con la espada.
De qué ríes, idiota, me pregunto,
si tu risa es el eco de la nada.
Tan amable y cabal, y tan difunto.
Una sombra que ha muerto y no lo sabe;
un correo sin cuerpo y sin asunto.
Cuando escucho tu voz tranquila y grave,
me doy cuenta de todos tus engaños
aunque intentes ser fuerte, dulce o suave.
Has mordido tu lengua tantos años,
reprimido la rabia y la locura,
ocultado los cortes y los daños
y mostrado una calma tan segura
que se ha vuelto un disfraz de porcelana
pero hay grietas de miedo y de fractura.
Te ha vencido el temor por el mañana,
no confías tampoco en el presente
y el pasado es la noche fría y vana.
“¿De qué ríes, idiota?” De repente
tú también me preguntas eso mismo.
Aquí estamos llorando, frente a frente,
y unas lágrimas mojan el abismo.
Ese espejo que no miente... reflejo y pregunta ¿qué habrá al otro lado del espejo?
ResponderEliminarme gustó leerte
Un saludo
Tal parece que tanto tú como yo hemos tenido algún que otro enfrentamiento con el espejo últimamente... de vez en cuando hay que mirarse en él, de frente y abiertamente. Es un gran poema, Luis.
ResponderEliminarUn saludo